Las plantas, como todos los seres vivos, traemos en nuestro organismo una definición de cómo vamos a ser en tamaño, color, resistencia a condiciones adversas, capacidad de rendimiento, entre otras cosas.
Los ciclos de los cultivos y su comportamiento se han conocido a través de observaciones que año con año se hacen sobre su crecimiento y desarrollo y los identificamos por fechas del calendario; sin embargo, lo cierto es que el periodo de vida y las cosechas que se obtienen en cada ciclo de producción son resultante de esa predisposición que ya de por si traemos al nacer por lo que se conoce como la genética o herencia y de cómo el medio ambiente permite o limita que se manifiesten lo que es capaz de rendir el cultivo.
Varios estudios realizados sobre el potencial genético de un cultivo (es decir hasta donde puede producir) comparado con lo que realmente rinde no llega ni al 60%, precisamente porque las condiciones de clima y suelo no fueron las óptimas que la planta necesitaba.
Hasta ahora el manejo de la agricultura se ha dado con base en las observaciones del vigor, color, brotes, floración y fructificación de la planta; cuando se detecta un mal desarrollo, marchitez y color anormal se recurre a prácticas o insumos para corregirlo y aunque muchas veces se logra la recuperación, el daño ya lo tuvo, por lo tanto, la producción disminuirá irremediablemente, AFECTANDO EL BOLSILLO DEL PRODUCTOR.
La causa de lo anterior, entre otras, de que se atienda al cultivo hasta que el daño se manifiesta, es porque no se lleva un registro del comportamiento de los elementos ambientales en tiempo real, como es el caso de la temperatura, al no conocer esa información y en ocasiones tampoco saber cuál es el rango de temperaturas máximas y mínimas que el cultivo necesita es imposible adelantarse a la protección de la planta antes de que manifieste el estrés que vive.
El comportamiento de la temperatura en un ciclo de producción explica, en gran parte, los días que tarda un cultivo desde la siembra hasta cosecha; cuando se puede presentar una plaga o enfermedad, el grado de disolución del fertilizante, el momento óptimo para fumigar y cuando regar.
Ahora con el uso de sensores, el internet de las cosas y la inteligencia artificial es posible tener esta información de manera sistemática, en tiempo real, procesar los datos y con ello prevenir las mermas en la agricultura; evitar el uso excesivo e inoportuno de insumos que solo causa contaminación y disminuye utilidades del productor.
Disponer de los datos de temperatura diurnos y nocturnos, que actualmente no se tienen y mucho menos se interpretan, permite valorar el balance entre la fotosíntesis que se realiza por la luz solar durante el día y las pérdidas que por respiración se registran durante la noche.
La agricultura cognitiva te da la oportunidad de integrar la información, no solo de la temperatura, sino de todos los elementos, variables e índices que interactúan y determinan en tu campo la capacidad productiva para hacer lo más con menos, sin alterar tu patrimonio natural que no es solo tuyo sino de tus hijos, nietos y generaciones futuras en general.
Salvador Miguel Trejo Luna Herrejón
Maestro en ciencias agricolas.
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